Menos mal que María estaba en todo y en un pis pas le había proporcionado una botella repleta de gas respirable.
      ¡Ya todo estaba dispuesto para que el espectáculo pudiese proseguir!
      El público aplaudió a rabiar la reaparición de la diva vacuna y María tuvo que contener unas lágrimas que se le escapaban de la emoción. Dio un nuevo sorbito al cacao caliente para aclararse la garganta que se le estaba quedando reseca de los nervios.
      Un besugo muy viejo, técnico de electricidad, dirigió un cañón de luz hacia la vaca naranja. Fue la señal para que recomenzara la ovación.




      -¡Plas, glu-glu, plas!- eran los estruendosos aplausos de los espectadores.
      María también aplaudió contagiada por el fervor de los fans de la vaca cantarina. Los siete caballitos de mar mariachis, irrumpieron en el escenario y saludaron al público y a la solista. Fue entonces cuando la vaca comenzó a cantar.
      -¡Mu, mumumu, muuu, glu-glu, mumu...
      -¡Qué pasada!- exclamó la niña- ¡Canta como un ruiseñor!
      El ballet de ostras y calamares dibujaron extrañas piruetas en las aguas verdes atestadas de notas musicales. Entre todos formaban un chocante coro angelical, sumergido en un océano verdoso de kiwi que hacía estremecer a todo el que lo presenciara. ¡Era sublime!
      La niña ya no pudo contener más el llanto y gimoteo en silencio para no perderse ni un solo compás.
      -¡Pero que bonito es!- se decía entre hipidos.
      -¡Boom! ¡Boom!
      María se secó las lágrimas y cesó de llorar de repente sorprendida por aquellos estrafalarios ruidos.
       ¿Quiénes eran los que osaban a interrumpir a su adorada vaca naranja cantarina, bailarina y buceadora?
      La ira se asomó al rostro de la pequeña cuando descubrió a los autores de tamaña afrenta.
      Un grupillo de golfos incontrolados intentaban reventar el soberbio espectáculo que las gentes de bien estaban presenciando.





      -¡Fuera! ¡Fuera! ¡Qué se calle esa vaca gritona!- berreaban los muy sinvergüenzas.
      -¿Cómo se atreven?- decía María roja de rabia.
      -¡Que se lleven a ese tonel del escenario!- seguían chillando los reventadores.
      La pobre vaca quedó muda de la impresión.
      Los siete caballitos mariachis dejaron de tocar sus instrumentos y el colosal ballet de calamares y ostras detuvo sus acrobacias. La vaca cantante no sabía qué hacer ante tal trifulca y aún fue peor cuando el grupo de incontrolados comenzó a arrojarles objetos para echarlos del escenario. Buena parte del público presente intentó reducir a los vándalos pero estos rechazaban sus ataques a tomatazo limpio.
      -¡Qué se largue ese grupo de cursis!- gritaban
      María estaba a punto de estallar de furia y esta fue en aumento cuando descubrió varias lágrimas que corrían detrás de las gafas de bucear de su adoradísima vaquita cantarina.
      -¿Es que no hay ni un solo policía en este océano de kiwi que pueda detener a esos tipejos?- gritó la niña indignada.
      Pues al parecer así era. Los golfos campaban a sus anchas haciendo blanco con los tomates sobre los artistas. Las mallas y los tutees de los bailarines estaban teñidos de rojo de tomate. Los mariachis tenían los gorros cubiertos de pulpa y la pobre vaquita naranja vagaba ciega por las tablas, buscando un trapo con el que librarse de los tomates estampados en sus gafas de bucear.




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