Abrió la boca hasta que no pudo más y de un solo bocado engulló la tostada. Prefería hacerlo así, de un golpe, que ir destrozando su obra a mordiscos. Sería demasiado sufrimiento.
      La tostada fue machacada por los dientes dentro de la boca de María. Las muelas que son los dientes que están al final de la mandíbula, se comportaban como verdaderas trituradoras desmenuzando la fabulosa obra de arte. Pero algo extrañísimo sucedió en plena operación desguace.
       Una de las vacas naranjas que comían alfalfa en el prado morado, saltaba de un lado a otro, intentando huir de las apisonadoras de marfil que todos llevamos en la boca.
      -¡Socorro! ¿Qué es lo que está pasando?- gritó María sujetándose con ambas manos las mejillas.
      La vaca saltarina cabalgaba de un carrillo a otro carrillo, esquivando las apisonadoras blancas y empujando la cara de María en todas las direcciones. La niña se agarraba el rostro con fuerza para evitar que la carne se le saliese del sitio.
      Cuando no pudo soportar más los embistes del animal naranja, despegó los labios que siempre se deben de tener pegados cuando se come, y un proyectil color anaranjado de pan salió disparado hacia la mesa.
      - ¡Ploff!
      Como una bomba de profundidad, la vaca de tostada aterrizó en un vaso de zumo de kiwi provocando tal oleaje que el mantel y la cara sorprendida de la niña, quedaron salpicados por millones de gotas verdosas.
      -¿Qué ha sido eso?- se preguntó intrigada María.
       Acercó su rostro atónito a la boca del vaso de zumo de kiwi para descubrir cuál era el objeto misterioso que había huido de sus dientes.
      Una vaca con traje de buceador nadaba con la agilidad y la elegancia de un delfín en un maravilloso mar repleto de algas verdes.



      -¡Una vaca submarina!- exclamó.
      María, absolutamente extasiada, inclinó la cabeza para observar, a través del cristal transparente, las fantásticas acrobacias de la experta nadadora.
      -¡Es genial!- se maravilló la niña
      Y desde luego que lo era. Jamás ser humano alguno había presenciado una escena tan magnífica y seguro que jamás la presenciaría.
      Una vaca con traje de buzo navegando en un cálido mar atestado de algas verdes, no es algo que se vea todos los días. La niña lo sabía y disfrutaba de la panorámica sabiendo lo afortunada que era. No perdía ni un solo detalle de lo que sucedía al otro lado del cristal. La vaca buceaba a ras de suelo revolviendo entre la arena y los corales del fondo del océano. María, a medida que se concentraba en el prodigio, descubría nuevos habitantes con los que volver a sorprenderse.
      -¿Cómo es posible que no los haya visto antes?- se preguntaba.
      Pues si que era extraño ya que el mar se hallaba repleto de misteriosos seres que pululaban alrededor de la vaca buceadora.
      -¡Ahí va! ¡Cuántos pececitos! ¡Cuántas conchas! ¡Pero si también hay caballitos de mar!.








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