Érase que se era
un reno tranquilo,
sentado en su mesa
de madera de tilo.
Vivía en las montañas
y caminaba por la sierra,
siempre que le venía en gana
y no le dolían las piernas.
Estaba esa mañana
sentado ante el televisor,
cuando de pronto lo llaman
a través del transistor.
-¿Está mi hermano al habla?
-preguntó una voz.
-¿Puede ponerse enseguida?
Es urgente, por favor.
El reno se puso a la radio
y muy alegre saludó.
¿Qué es lo que te ha ocurrido?
Si puedo ayudarte dímelo.
-Tengo que ir a un concurso,
de esos de televisión,
pero no puedo dejar mi puesto
sin una sustitución.
-¿Serías pues tan amable
de ocupar tu mi cargo
y colgarte en la pared
como un sencillo cuadro?
-Hombre, tal puedo hacer
aunque resulte extraño
que el hermano de un reno
esté en la pared colgado.
Y es así como fue
que aquel reno salado
bajó hasta la ciudad
para sustituir a su hermano.
Entró en una habitación
y enseguida vio un marco
por donde salir a la sala
asomado todo el rato.
Di tu que la sala
tenía un aspecto fantástico
y aunque solo con la cabeza,
disfrutaría observando.