Entendemos por teatro feminista aquel que se ocupa de la situación social de la mujer tratando de mejorar su condición a través de la denuncia firme de sus sufrimientos y exigiendo, con la misma firmeza, justicia. Podemos señalar los años sesenta y setenta del siglo XX como el inicio del teatro feminista en occidente. En EEUU dramaturgas como Marsha Norman, Margaret Edson y Paula Vogel alcanzaron a finales de los sesenta gran relevancia al ser galardonadas con los prestigiosos premios Pulitzer por unas obras con un carácter decididamente político y estructura libre que trataban de romper los moldes patriarcales que constriñen el desarrollo de la mujer como individuo en aras de limitarlas a un papel de sumisión social predeterminado. Megan Terry, considerada como la madre del teatro feminista, sufrió a finales de los años setenta la gran decepción de comprobar como sus compañeros varones, activistas por los derechos humanos, encontraban más fácil reconocer los horrores de la guerra del Vietnan que su actitud sexista. También es de justicia mencionar a otras dramaturgas hispanas como Cherríe Moraga, Dolores Prida y Jennifer López que lucharon por sus derechos y contra las injusticias no solo como pertenecientes al género femenino sino también como integrantes del colectivo de inmigrantes en EEUU.
En España no debemos olvidar la figura de la abogada, dramaturga, periodista y doctora en filosofía, Lidia Falcón que fundó el Partido Feminista y que desde que publicó Los derechos civiles de la mujer en la década de los sesenta se convirtió en un referente del feminismo español. Apoyó el teatro feminista con la organización del Primer Festival Internacional de Teatro Feminista en Madrid. También mantuvo un estrecho contacto con sus compañeras en el extranjero, como por ejemplo en el Congreso de Dramaturgas Hispanoamericanas en Cincinatti, organizado por Patricia O’Connor, donde presentó su obra Tres idiotas españolas, interpretada y dirigida por la actriz Gemma Cuervo.
A finales del siglo XX e inicios del siglo XXI con el triunfo del pensamiento conservador y de su declaración interesada de la muerte de las ideologías, se instaura un tiempo en el que pensamiento de derechas es el único posible y la ideología es identificada simplemente como disidencia al pensamiento establecido conservador. El teatro feminista es calificado entonces como radical y fuera de orden y parece no tener ya sentido alguno. Sin embargo, la crisis financiera y social de los inicios del siglo XXI devuelve a las tablas la lucha por los derechos de los marginados y por lo tanto el teatro feminista vuelve a tomar fuerza y a ofrecer al espectador la realidad del doloroso e injusto sometimiento de la mujer que de nuevo atrae al público a las representaciones más comprometidas y reivindicativas con éxitos importantes.

Esta pieza teatral, de aproximadamente 1 hora para 4 actores, es un homenaje a la escritora francesa Simone de Beauvoir famosa por su activismo feminista. La obra relata un encuentro imaginario sucedido en Londres en el año 1858, en el que Simone de Beauvoir conoce a la joven científica Rosalind Franklin y el maltrato al que fue sometida por sus compañeros de profesión, a pesar de sus logros en el campo del ADN, por el único motivo de ser mujer.