 Jose no dudó un instante. Se abalanzó sobre una maravillosa flor blanca y pegó todos los brincos que pudo como solía hacer sobre su cama, recordando que su madre no estaba cerca y no podría regañarle. A la flor no parecía importarle tan mal trato y, por el contrario, sonreía por la alegre compañía del niño regalándole con un magnífico baño de polvo amarillo que brotaba de sus estambres, tiñendo el aire de oro reluciente y convirtiendo al chaval en un niño dorado. -¡A tope! ¡Esto es una maravilla! -¡Croac! ¡Ja, ja, croac, ja!  El sapo verde atestado de letras, sin dejar de reír, feliz por lo bien que se lo estaba pasando su amigo, ocupó su cómodo butacón enfrente del de el niño. Esperó pacientemente con su "croac ja, ja" en la boca hasta que Jose se agotó de tanto bote amarillo. -¡Tu casa es alucinante!- exclamó ya más tranquilo. -Croac a mi me encanta croac y para conservarla necesito tu croac ayuda. Jose se recostó cómodamente sobre los blanquísimos pétalos del nenúfar, respiró profundamente su embelesadora fragancia, se sacudió un poco el polvo amarillo y se dispuso a escuchar con mucha atención el relato de las preocupaciones de su amigo: el sapo verdoso y rugoso. -Ves mis croac letras - le dijo mostrándole el lomo- las llevo porque soy un croac sapo de un croac cuento. -¡Oh!- respondió el niño. El había pensado que las letras procedían del periódico de papá pero al fijarse mejor pudo leer con claridad: "Era se que se era una princesita.... " -Mi croac destino está impreso en mi croac piel por eso se que muy pronto acudirá a esta croac charca una croac princesita a darme un croac beso. -¡Claro! ¡Ya se!- exclamó Jose- ¡Tu eres un príncipe encantado! -Efectivamente croac. Una croac bruja me convirtió en un croac sapo. 
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