|
Por Mila Oya  ¡Qué aburridísimo estaba Jose! Algo normal si se tiene en cuenta que su amigo Carlos, estaba castigado por haber roto el cristal de la ventana de la casa de la vecina cuando jugaban al fútbol. Jose se lamentaba de que no le dejasen acudir a su casa y aún se lamentaba más de que no dejase de llover y tuviese que quedarse más solo que la una entre cuatro paredes. ¡Qué rabia más gorda! ¿Qué podía hacer para entretenerse toda la tarde? No tenía ni idea. Cogió el periódico de papá e inconscientemente lo fue desmontando, esparciendo las hojas por el suelo. Cuando terminó la demolición se dio cuenta de que le caería una buena bronca tan pronto como lo descubriesen. Quizás lo mejor fuese montarlo de nuevo para que nadie se enterase de su travesura. Pero no lo hizo.  Sus manos, dirigidas por un misterioso resorte, eligieron una hoja del periódico absolutamente repleta de letras y, sin que Jose se esforzara lo más mínimo, sus dedos comenzaron a doblar el papel. A un lado, al otro, a la derecha, a la izquierda, arriba y abajo y vuelta a empezar. La velocidad a la que se sucedían los pliegues parecía sobrehumana. El niño apenas acertaba a distinguir sus propios dedos que se movían como motos en un circuito de velocidad. -Cras. Cras. El papel de periódico crepitaba ante la exagerada actividad a la que se veía sometido, mas el niño procedía sin piedad a la transformación definitiva ¿quién sabe por quién dictada? -¡Croac! ¡Croac! -¡Por todos los espectros del mundo! ¿Qué rayos es esto?- gritó Jose. -¡Croac! ¡Croac! 
|
