Un poco de historia

Por Mila Oya


   La trayectoria del teatro aficionado comienza, obviamente, con la aparición del teatro sin más apelativos. Y para alcanzar este punto debemos remontarnos a la misma prehistoria de la humanidad. Muchos son los expertos que datan las primeras representaciones dramáticas en esta época remota. Gran número de autores hablan de las pinturas rupestres como una suerte de escenario ante el cual los cazadores, o los representantes más importantes de la tribu, llevaban a cabo rituales complejos que preparaban a los integrantes del grupo de caza para enfrentarse a un momento trascendente de su vida cotidiana, como era el proceso de la captura de una presa para la alimentación del grupo. También las tareas agrícolas eran iniciadas con representaciones mágicas y simbólicas que son consideradas, de igual modo, como precedentes del teatro tal y como ahora lo entendemos. De hecho, en el África actual todavía perduran este tipo de actos rituales y mágicos que son concebidos como espectáculos, aunque hay estudiosos que consideran que solo se podrán clasificar estos actos realmente como teatro si se consigue su desacralización.

    Pero no solo en África el teatro y la religión han estado íntimamente ligados. El teatro occidental se originó en Grecia a través de los festivales celebrados en honor al Dios Dionisos, donde se realizaban escenificaciones de la vida de las deidades acompañadas de danzas y cantos. La aparición en el siglo V a. C. de los modelos tradicionales de tragedia y comedia contribuyó en los siglos venideros a su desarrollo que fue heredado y modificado posteriormente por los romanos. Sin embargo, el teatro sufrió el olvido hasta la Edad Media europea, cuando fue el clero el que retomó las artes escénicas. A partir del siglo XI fue habitual la representación en los templos de “misterios y autos sacramentales” cuyo fin era adoctrinar a los fieles de la iglesia. Ya en los siglos XIII y XIV presenciamos el desarrollo además de farsas profanas que comienzan a ganar el favor del público.
    La aparición del Renacimiento en Italia marcó la evolución del teatro con un carácter menos popular y más culto. Dirigido a las clases aristocráticas se generalizó durante el siglo XVI. Y fue en este momento cuando apareció la aspiración de los artistas a vivir del teatro. Es decir, en este período podemos hablar ya de un teatro profesional limitado por el “privilegio regio” que debían de obtener las compañías y los nuevos locales que quisiesen dedicarse a esta actividad con el fin de extraer beneficios económicos de ella. En este punto pues vemos como el teatro aficionado y el profesional se separan definitivamente.

    El desarrollo de las técnicas escenográficas a través de los siglos nos lleva hasta el teatro moderno del XIX que se caracterizó por la libertad de planteamiento mediante los diálogos y por la creciente importancia del director. Obligatorio es mencionar al ruso Konstantín Stanislavski y al británico Edward Gordon Craig que marcaron para siempre el modo de entender el teatro. La irrupción de la libertad escénica abrió las puertas a la aparición de grupos de aficionados que se veían capaces de representar obras, en su mayoría comedias, para divertir a sus familiares, amigos o vecinos.
    El siglo XX con sus dos guerras deja en Europa una situación de miseria, hambre, destrucción y muerte que golpeó con dureza a toda la población. Los intelectuales se rebelan contra la situación existente y marcan la aparición de las vanguardias que se materializarán en el teatro de Bertolt Brecht, Antonin Artaud y Grotowski. El existencialismo reacciona contra el realismo anterior y la figura de Samuel Beckett brilla en este tiempo.


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